Mientras un Chile se informa por El Mercurio y La Tercera, hay otro que se informa por Prensa Opal o Radio Villa Francia. Mientras unos leen que nuevamente hay barricadas y cacerolazos en los barrios de Santiago, hay otros que leen que los pacos y los milicos han vuelto a reprimir con violencia. Mientras unos leen que se solicitó a las ollas comunes que se inscriban en las municipalidades para canalizar la ayuda, otros leen que el aparato de inteligencia del Estado intenta controlar y desactivar a las organizaciones. Unos dicen que viven en democracia, los otros señalan que sufren una dictadura.
Ambos Chiles son reales y corren en paralelo. Cada uno responde a su propia realidad. Usualmente no se tocan, hasta que la acción de unos subvierte el orden de los otros.
Hemos visto que cuando unos diseñan una política pública para ese Chile que conocen a través de registros y fichas mal hechas, el resultado concluye en más desencuentro y frustración para ambos lados. El Chile de los unos se desalienta porque “lo critican todo” y el Chile de los otros se enoja porque “la ayuda llega tarde y mal”. Eso es lo terrible que hay tras la frase del ex ministro de Salud, Jaime Mañalich: “hay un nivel de pobreza y hacinamiento del cual yo no tenía conciencia”.
Estos monólogos profundizan el desacuerdo. Ojalá que Agustín Squella tenga razón cuando dijo en The Clinic: “Los desacuerdos, lejos de constituir un obstáculo para la política democrática, son los que la ponen en movimiento”.
La legitimidad de una política pública se construye con las personas, con los unos y los otros. Esa política pública necesita estar en constante cambio, revisión y diálogo. De otro modo, los problemas que comienzan pequeños se vuelven grandes.
A esta altura, lo único certero que tenemos es que cuando nacimos nos asignaron un RUT, un número que nos llevó a la vida pública. Ese RUT nos permitirá votar el 25 de octubre sobre si nos damos la oportunidad del diálogo o nos mantenemos en los monólogos. Es una oportunidad para volver a ser ciudadanos, aunque eso pase por el acto primigenio de ser simplemente un número que vota por iniciar o no un proceso constituyente. Después de eso, viene el resto.
Columna publicada en El Desconcierto, 31 de julio de 2020
Imagen: Intervención Delight Lab 22-11-2019Fotografía Gonzalo Donoso