BITÁCORA DE UN PROFESOR DE TANGO (4):  “Vivíamos en un buen barrio, ahora se escuchan balazos”

Cuando comenzamos a conversar, Rodolfo Navarro creía que la cuarentena sería cosa de quince días, quizás un poco más. Hoy ya no se atreve a vaticinar. Lleva sus propias cuentas, sigue atento la conferencia del ministro Enrique Paris, le gusta su estilo, pero no se hace ilusiones de que su encierro termine pronto. Por los WhatsApp se entera de que el barrio se ha vuelto más inseguro, él también lo ha vivido en los últimos años. Este es el cuarto artículo de una serie de cinco publicados por La Segunda.

“Hace un año, mi nieta, la que tiene 19, salió con una amiga y cuatro delincuentes les quitaron los celulares y golpearon en la cabeza. Abrieron la puerta de la casa de la amiga, también golpearon a los abuelos y robaron lo que pudieron. ¡Fue terrible! Nos amanecimos haciendo declaraciones en la Fiscalía y no sirvió de nada.

Otra vez, reventaron la reja de mi casa, era de noche, entraron hasta mi puerta principal. Me asomé por la ventana del segundo piso y les grité que los iba a matar. Por suerte que me creyeron y arrancaron.

Recién en la mañana le robaron el taxi a un vecino. Fue a unas 10 cuadras de acá. Me enteré por el WhatsApp del vecindario. El pobre hombre quedó llorando.

Antes decíamos que acá no pasaba nada y que vivíamos en un buen barrio. Ahora se escuchan balazos en la noche. La Comisaría de Los Quillayes está a 10 o 15 cuadras al occidente. Son pocos los carabineros y no hay mucha presencia policial. Tampoco les hacen mucho caso.

A mi nietecita de 13 años también le robaron su celular hace poco. Es mi regalona y por culpa de la pandemia, me la quitaron. Su mamá trabaja en la municipalidad y tiene miedo de contagiarla. Se la llevó mi nieta mayor. Hablamos con ella por Skype. A veces nos quedamos mirándola, mientras hace sus cosas. Ha crecido mucho en este tiempo. Se está enamorando de las matemáticas, nunca le han gustado, y eso es bueno, pero me duele esta lejanía.

Mi nieta mayor no tiene interés en tener hijos. Se casó, pero prefiere pasear y viajar. Ya fue a Brasil y Colombia. Se volvió evangélica igual que su marido.

 “Me preocupa esta nieta mía”

¡Pasamos la prueba! La pieza de mi nieta no se llovió. Mi señora me reta porque con mi enfermedad respiratoria no debería haberme metido a construir. Ella no sabe lo que significa para mí. He estado ocupado por dos semanas y me siento útil. No necesité ayuda de mi yerno, ni siquiera para poner el techo.

Me preocupa esta nieta mía. Salió de cuarto medio y se tomó un año sabático. Un día amaneció con un ojo muy inflamado y fue al hospital. Le dijeron que necesita un trasplante de córnea. Ahora no están atendiendo porque estamos con el coronavirus. Qué le podemos exigir si ve poco. Yo la dejo que haga su vida. Cuando estoy trabajando, me trae bebida.

“Me gustaría estar en terreno”

La gente está inquieta. Llaman todo el día a mi hija Marlene, preguntando por las cajas de alimento, que cuándo van a llegar.  Ella no para, sale temprano y llega tarde en la noche. Trabaja los siete días de corrido.

Normalmente van con carabineros e incluso escoltados por militares. Ya no va la camioneta grande a un sector, sino que separan la carga en tres o cuatro camionetas o furgones. A veces los corren a garabatos, les dicen que quieren ganar votos y se llevan los retos. En otras partes, figura una familia en el registro, pero aparecen tres o cuatro viviendo en el mismo terreno.

Mi hija estuvo repartiendo en Bahía Inglesa, eso queda en Vicuña Mackenna hacia la costa. Son departamentos chicos, de 3 metros de frente y un metro de antejardín, le llaman “las pajareras”. Cuando llegó con la camioneta, bajaron todos los vecinos y le reclamaban por la demora. La camioneta se mantuvo un poco lejos y lista para arrancar. Pidieron ayuda a los dirigentes vecinales, casi puras mujeres, para que manejaran la situación.

Vivir en ese hacinamiento es terrible. Hay gente cesante y otras que han sido cesantes toda su vida. Hay mucha droga y delincuencia también. Todo eso está aflorando. Temo un nuevo estallido social.

Me gustaría estar en terreno, estar repartiendo cajas, pero parece que mi época ya pasó. Es bien frustrante. No busco un trabajo, quiero ser voluntario. Le he mandado un par de correos a la administradora municipal, pero ni me los contesta.

Mi hermano mayor se compró un terreno en Villarrica y tiene otro en Pirque. Mi hijo tiene uno en Curicó. Me dicen que me vaya para allá. He vivido 70 años en La Florida. Mis vecinos, mis sobrinos, mis hermanos, mi señora, mis hijos, mis nietos y los amigos de El Paraíso son mi familia. Tengo que estar cerca de acá. Tampoco me sentiría cómodo en La Reina o Ñuñoa… Estoy sentado en el antejardín y va pasando un avión en estos momentos. Se ve menos gente en la calle. Esta cuarentena se ha vuelto interminable”.

Publicado por el diario La Segunda, jueves 9 de julio de 2020