La Florida lleva ocho semanas en cuarentena. Las mismas semanas que Rodolfo Navarro lleva de encierro en su casa. Sólo dos veces ha salido. Una para ir a buscar sus remedios al Cesfam y otra para recoger unas compras que le hizo su nieta en la feria. Durante un mes conversamos con este profesor de tango sobre cómo vive una persona mayor esta pandemia y esta serie se publicó en el diario La Segunda.
“La vida de barrio se murió de un viaje acá. Soy profesor de tango de la municipalidad de La Florida y tengo un salón de eventos para adultos mayores en mi casa, a dos cuadras del metro Los Quillayes, se llama Centro Cultural, Deportivo y Social El Paraíso. Todos los viernes bailábamos cueca y tango. Los artistas que venían, como el doble de Luis Miguel, de Rafael, o de Adamo, que siempre han sido informales, se quedaron sin pega. Un viejito que pasaba por las latas de bebidas y de cerveza para revenderlas, ya no pasa. No hay nada que darle. Todos perdimos.
En los talleres de tango más que enseñar técnica, trabajo lo afectivo. Al principio, en el WhatsApp del grupo sólo informábamos cosas de tango, pero con la pandemia se ha transformado en un WhatsApp de apoyo. Hay mucha gente sola, nerviosa.
“No me gusta ser mediocre”
Soy de La Florida, de clase media baja, ajeno a los beneficios por haber trabajado toda la vida y tener jubilación. Antes podía apoyar a mis hijos, ya no. Se acabaron los ingresos que sacaba con el taller de la municipalidad y con el centro de eventos que no tenía fines de lucro, pero servía para pagar los gastos de agua y luz.
Yo he vivido varias vidas. A los 20 años entré como profesor de filosofía al Liceo Barros Borgoño, después me metí en la computación. Me dolía que el sueldo de profesor no me alcanzara para educar a mis hijos. Fui instructor y director docente de la empresa informática NCR. Estuve como 25 años allí hasta que formé mi propia empresa que atendía los sistemas del Banco Estado y Banco Central.
Mi hermana es presidenta de un club de tango. Ella siempre me invitaba y yo no quería. “¡Ven! Vamos, vamos”, me decía. Y un día fui. Me enamoré de inmediato. El tango me llamó. Me movió los dos pies izquierdos y luego, el derecho. Dije estoy tonteando, estoy perdiéndome la vida, comenzamos a salir con mi señora, la Elsita, a ir a tanguerías. Íbamos a la Buenos Aires que está cerca del Cementerio General, a Gozatango por allá en Vicuña Mackenna, a la Golden Music en Irrarázaval, al Magaldi Tango Club en Santa Rosa, al segundo piso de la Estación de Bomberos de la Avenida Brasil, o al lado de la Iglesia Italiana en el Parque Bustamante.
Como nunca me ha gustado ser mediocre, ponía música en el patio de la casa y bailaba solo. Tuve la suerte de dar con un campeón mundial de tango de Puente Alto, Maximiliano Alvarado Olaguibel y su señora, Paloma Berríos. Estuve tres o cuatro años con ellos y un día me sentí que ya era profesor de tango.
“Nunca pensé que íbamos a tener metro”
Me casé hace 47 años. Compré este terrenito de 400 metros cuadrados a los dos años de casado, construí primero una casa prefabricada y después una sólida. Terminé haciendo 4 casas, una para mí y mi señora y las otras tres para mis hijas y sus familias. Vivimos juntos, pero independientes. Tengo 4 hijos, el hombre no vive acá. Hace cuatro meses se fue mi hija mayor a Pirque, se independizó y construyó allá. Perdí mi unidad familiar.
Cuando venían al centro de eventos que está en el mismo sitio, decían “tremenda casa la suya”. Pero todo esto lo fui haciendo de a poco, con estas manos.
A una nietecita se le ocurrió que quiere más independencia. Tiene 19 años y comparte pieza con la hermana. Mi hija me dio el apoyo económico y le estoy dando en el gusto a la niña. Le voy a hacer una pieza con ventanas que miren a la cordillera.
Ahora La Florida es una tremenda comuna. Nunca pensé que íbamos a tener metro. Bueno, en realidad, tuvimos metro, ya no. No entiendo por qué destruyeron estas cuatro estaciones en La Florida y la de Puente Alto. Si hay descontento, deberían haber atacado a sus enemigos, pero no a nosotros. Teníamos un supermercado, el Santa Isabel, lo quemaron dos o tres veces, ya no lo ponen más. Lo destruyeron totalmente.
Lo único que tenemos cerca son los almacenes chicos, nos salen más caros. Le pedimos a una vecina que hiciera pan. Ella nos cobra $200 la unidad antes lo comprábamos a $130 o 120 en el supermercado. Nos salía a $100 en la panadería. También desapareció igual que la carnicería.
Mi otra hija trabaja en la municipalidad de La Florida. Estuvo en el proceso de vacunación, y ahora reparte cajas de alimentos. Trabaja semana corrido porque hace territorio y este alcalde (Rodolfo Carter) es inquieto. La gente la llama a la una de la mañana para contarle que murió un vecino y preguntarle por los trámites legales.
Ella nos compra las cosas de todos los días o de farmacia. Me dan ganas de ir yo a elegir un pedacito de carne, pero no se puede. Ahora en cuarentena, me levanto un poco más tarde. Entre las 9 y las 10 de la mañana. La idea es que no salgamos.
Vinieron los de la inmobiliaria
Cerca del metro Los Quillayes están construyendo tres edificios, dos están medio terminados y uno va por la mitad. Vinieron los de la inmobiliaria, me ofrecieron comprar el terreno. ¡Casi me desmayo! Yo que planté mis parras, crié a mis hijos durante 45 años y a mis nietos, construí mi centro de eventos y me vienen a decir que me tengo que deshacer de todo esto. Yo lloraba con mi señora.
Comenzamos a sacar cuentas. Me ofrecieron el doble de lo que vale. Eso me cambió totalmente la perspectiva. Con esa plata puedo hacer muchas cosas. Me puedo comprar una parcela en Pirque o en Calera de Tango o irme al sur. Yo he vivido toda la vida acá. He hecho mis redes. Si vendo, ellos van a destruir todo. Pensé en no vender, pero tengo que pensar en mi señora y en mí.
Ahora con la cuarentena están los edificios parados y no han vuelto los de la inmobiliaria. Siguen trabajando en la estación de metro, lo que me alegra mucho porque la vamos a tener funcionando a fin de año.
“Bitácora de un Profesor de Tango”, publicada en La Segunda, lunes 6 de julio de 2020