- Tim Hartford es el autor de un nuevo libro que se llama “The undecover economist strikes back” y escribió una columna de opinión en Financial Times a raíz de las protestas en Londres en 2011 que se produjeron esta semana, pero hace tres años.
- El movimiento surgió de manera repentina y se propagó rápidamente por la capital y otras ciudades inglesas en un momento en que la sociedad británica parecía desintegrarse, aunque improbable, al menos sí era concebible, dice Hartford en su nota.
- Aunque señala que hay formas más humanas de detener la violencia, su conclusión es que si se suben los costos de cometer un crimen, los criminales responderán.
Publicado por Financial Times, sábado 2 de agosto de 2014.
Mirando para atrás, las protestas fueron eclipsadas por las Olimpiadas de Londres y tendieron a olvidarse en el tiempo. La razón para que la gente saliera a las calles se debió a que la Policía Metropolitana disparó contra Mark Dugan, lo que se tomó como un abuso de autoridad movido por el racismo.
El sistema de justicia criminal respondió fuertemente a las protestas. Más de mil sospechosos fueron acusados por la Policía Metropolitana durante la primera semana, y en el mismo lapso cerca de 800 de ellos pasaron por la corte. Ya en septiembre de 2012, 4.600 personas habían sido arrestadas de un total de 13.500 a 15.000 individuos que se cree que participaron de manera más problemática. Este era un alto promedio para los estándares policiales.
Más intrigante fue la manera en que los jueces manejaron las sentencias como si usaran esteroides. Dos personas fueron condenadas a 4 años de prisión cada una por incitar a través de Facebook a unirse al vandalismo en Cheshire, destaca Hartford. Y agrega otros ejemplos como el de una adolescente que es condenada a 10 meses de prisión por robar 2 pantalones de entrenamiento en Wolverhampton. “Ella lo pensó mejor e inmediatamente los soltó. Seguramente es uno de los robos más cortos de la historia”, apunta con ironía.
Las sentencias fueron, en general, más severas que lo normal. Lo que hay que pensar tras todo lo sucedido es que “el verdadero crimen que se necesita condenar no es el robo o la incitación, sino que la participación en un momento de grave peligro civil”.
Y Hartford continúa con su raciocinio, preguntándose: “¿Fueron estas sentencias una respuesta a la crisis o una sobrerreacción draconiana? Para un economista, hay algo más: un experimento natural fascinante. Con los periódicos llenos de castigos, debería ser más probable de que los crímenes hubieran tendido a la baja. ¿La amenaza de duras sanciones detuvo el crimen?”
El resultado de la investigación de Hartford fue que el robo no se vio afectado en Londres por las protestas, aunque sí existía conciencia de que el humor del sistema judicial había cambiado. Tres economistas, Brian Bell, Laura Jaitman y Stephen Machin, usaron este repentino viento de cambio en el poder judicial para medir el impacto de las sentencias en los niveles de criminalidad. A lo largo de Londres, ellos encontraron una “caída significativa” en delitos como el robo, daños a la propiedad y violencia contra personas, asociados a las protestas. Mientras, que los crímenes comunes mostraron una tendencia a crecer, es decir, se cambiaron crímenes “caros” por otros más “baratos”.
Esto no debería ser una sorpresa… Pero su resultado es útil porque reúne evidencia rigurosa en esta materia que es difícil de encontrar.
Uno de mis artículos favoritos – indica el autor- fue escrito por dos economistas, Jonathan Klick y Alex Tabarrok, quienes examinaron el impacto de las alertas terroristas periódicas en Washington DC en los dos años siguientes a los ataques del 11 de septiembre de 2001. Cada vez que los niveles de alerta se incrementaron, la policía se movió a las localidades más sensibles, la mayor parte de las cuales (como la Casa Blanca y el Capitolio) están cerca o en el National Mall.
En los 16 meses estudiados, el Mall y el distrito que lo rodea experimentaron 8.500 crímenes, la mayor parte de ellos fueron robos a autos. Klick y Tabarrok argumentaron que la aparición ocasional de un mayor número de policías aunque no obedecía a los robos, sí detuvo el número de ellos exitosamente.
“Hay maneras más baratas, más efectivas y más humanas para reducir las tasas e criminalidad”, reconoce Tim Hartford. “Pero estudios como estos han ayudado a la construcción de cierta confianza en torno a que el mundo no es un lugar enteramente irracional. Si se sube el costo de cometer un crimen, los criminales responderán”, es su conclusión.