En el campamento Ribera Sur

Soledad Troncoso, la líder social que trabaja con 65 niños extranjeros

  • “Cuando vi tanto niño, me quedé”, es la explicación que Soledad Troncoso da cuando se le pregunta por qué viene todos los fines de semana desde hace dos años.

Publicado por La Segunda, martes 27 de diciembre de 2016

“Acá cuesta que pase hasta el camión de la basura. A veces pasan tres o cuatro semanas sin que el camión entre al campamento y cuando ingresa nos piden plata para comprar bebidas”, explica Soledad Troncoso, quien lleva dos años trabajando con 65 niños del campamento Ribera Sur, en Colina. Son 210 familias, la gran mayoría migrantes, que viven hace más de cuatro años en esta población echa a pulso al lado de la Autopista Los Libertadores.

“Los ratones son cosa seria en este tiempo, la Antonella me decía el otro día: ‘No son ratones tía, son papás de ratones’. Cuando me dejan entrar a sus casas, todo está limpio y ordenado, yo creo que los ratones vienen principalmente del río”, dice esta mujer de 35 años refiriéndose al Estero Colina que pasa a lo largo del campamento.

“Nadie dijo que sería fácil, me duele hasta la punta del pelo”, se lee en su información de contacto y si no fuera por este rastro, no hay en la actitud de Soledad algún asomo de angustia. Al mediodía del miércoles, el campamento se ve desocupado. “En esta época tienen trabajo cortando porotos, en los parronales o de nanas. De las 160 familias extranjeras que hay, priman los dominicanos, peruanos y bolivianos. Sólo hay seis familias haitianas”.

-¿Cómo llegaste acá?

-Voy en segundo año de trabajo social en el Instituto La Araucana y nos pidieron una investigación sobre los diferentes tipos de clases sociales que hay en Chile. Entrevisté a una familia de acá y cuando vi tanto niño, me quedé.

“Vengo todos los sábados y domingos, no hay colegio y las drogas y el alcohol abundan los fines de semana. Al principio, llegaban cinco niños, pero cuando vieron que les daba leche, comenzaron a venir más. Hoy trabajamos con 65 niños entre 4 y 12 años, pero igual tenemos chicos más pequeños o más grandes, de 13 o 14 años. ¿Cómo les vamos a decir que no?”

Ya a los nueve o diez años, los niños hablan de anfetaminas, marihuana y coca. “También del ‘cable pelao’ y cuando les pregunto qué es eso, se ríen. No me creen que no lo conozco. Dicen que es una mezcla de drogas y uno lo describió como ‘lo máximo’. Me parece que el tráfico viene de afuera, esta es gente de trabajo”.

Casi todos van al colegio, salvo aquellos que llevan seis o siete meses en el país. “Como no cuentan con papeles sus papás, tienen miedo de que les quiten a los hijos si los ingresan al sistema de educación o salud”, explica.

Las cifras oficiales dicen que la mayor parte de los migrantes llegan sin niños. “Eso es verdad, pero pasado cierto tiempo los van a buscar. Conozco a una señora boliviana que llegó con un niño, tuvo otro acá con un chileno, y ahora viaja a buscar a otras dos hijas. Hay una pareja de haitianos que el próximo mes trae a la suya de tres años”.

“El alcalde no quiere nada con nosotros”

“Lo que más me ha costado es conseguir los recursos”, dice Soledad. “He ido cuatro veces este año a pedir audiencia con el alcalde Mario Olavarría (UDI). Primero, me pidieron que enviara una carta, la escribí y me dieron un número señalándome que me iban a llamar. Pasaron dos meses y nada. Fui nuevamente y me respondieron que la carta se extravió. Solicitaron otra carta, la hice y después mandé un correo. Hoy me dijeron que tenía que pedir la reunión a través del sitio web de la municipalidad. Cuando el alcalde estuvo en campaña, le planteé nuestras necesidades, me dijo que lo fuera a ver. Lo que la gente dice acá es que el alcalde no quiere nada con nosotros”.

El agua es uno de los pocos aportes que le reconocen al municipio, sino el único. Todas las semanas se llenan unas copas de agua que abastecen a la mitad chilena del campamento, la otra mitad –donde viven los extranjeros- se provee de agua a través de mangueras que los vecinos de la población aledaña le dan.

Este campamento es ilegal, pero “todas las casas tienen medidor de luz de Chilectra (actualmente Enel Distribución). Surgió de la organización de los vecinos que sufrieron un incendio por estar colgados al tendido eléctrico”, cuenta.

Soledad dice que recibe donaciones en productos. “Están los amigos, los amigos de los amigos, los compañeros de la universidad, algunos profesores, la familia y dos concejales (Máximo Larraín –no se repostuló- y Jorge Boher). No todos los feriantes cooperan, sólo diez o doce. Algunos prefieren botar la fruta y verdura antes que regalarla. El club de motoqueros “Rompe Calles” que es presidido por el padrino de mi hija –Sebastián Pacheco-, convocó a los fanáticos de todo Santiago y sacaron a los chicos a andar en moto para el Día del Niño. Nos ayudan con leche, con alimentos no perecibles y con los talleres”.

“Nos hemos dado cuenta que los niños extranjeros tienen una comprensión lectora mucho mayor que los niños chilenos. Para la fiesta de navidad, la mayoría de los niños dominicanos pidió libros. Los padres nos piden ayuda cuando ya no les pueden enseñar si una palabra se escribe con S o con Z. Estos chicos tienen una gran capacidad para resolver conflictos, sin la mediación de adultos. No les da vergüenza reconocer la equivocación y pedir disculpas”, observa.

“Si logramos que diez de estos niños terminen cuarto medio, sin consumir drogas, ni ser madres o padres adolescentes, ya sería un gran logro”, concluye.


 

Francisco Javier Román, de la Fundación Gente de la Calle

“Cuando alguien hace algo por los niños, las familias se mueven”

“Yo empecé en esto a los 16 años en la Iglesia Católica a través de la catequesis, los trabajos de verano y de invierno y en las colonias urbanas. Soy de Colina, me críe en la población Oscar Bonilla, una de las más antiguas de acá. Mi mamá es dueña de casa y mi papá falleció hace 10 años. Me gané la beca Milenio que subvenciona una parte de mi carrera y la otra la cancelo yo. Tengo una hija de 10 años”, cuenta Soledad Troncoso sin ponerle mucho color a su historia. No dice de buenas a primeras que está cesante desde hace dos meses y que ella también ha partido a trabajar a los parronales para pagar una deuda con el instituto y así poder matricularse.

Es otro el encargado de valorizar el trabajo de “la Sole”. Francisco Javier Román, director ejecutivo de la Fundación Gente de la Calle, dice que “cuando alguien hace algo por los niños, las familias se mueven y validan a esa persona como líder social. Soledad representa a muchos dirigentes que trabajan de manera anónima en este país”.